Primeros pasos para un álbum ilustrado
Muchas personas sienten curiosidad por saber cómo llegan a tomar forma los álbumes ilustrados. ¿Cómo empieza todo?, me preguntan. ¿Eliges tú el ilustrador? ¿Te piden un texto desde la editorial y lo escribes para ellos? ¿Cómo funciona?
Siempre les digo que hay diversos caminos, y que cada uno de mis libros parece haber hecho su propio recorrido. En ocasiones a un editor le gusta un texto mío y decide publicarlo, buscando para ello alguien que lo ilustre. Es el caso de Prímula Prim, un álbum sobre una pastelera que decide no comer más dulces y la sorprendente receta que inventa su esposo para ayudarla. Lara Valverde y Raquel López, editoras de Los Cuatro Azules, apostaron por esta historia y, a partir de ahí, comenzaron a buscar el ilustrador o ilustradora adecuado. Valoramos distintas posibilidades, y tuvieron la cortesía de dejarme participar en ese proceso. Finalmente tuvimos la suerte de poder contar con Anna Castagnioli, una magnífica ilustradora que aportó su delicada visión a la historia.
La medida en la que yo participo del proceso posterior depende mucho de la forma de trabajar del editor y del ilustrador. A veces hay un diálogo intenso y otras veces nos mantenemos cada uno en nuestra parcela. En ocasiones, el propio texto va acompañado de un guión sobre las imágenes que lo acompañan, ya que completan su sentido y no pueden leerse las unas sin las otras, pero esto suele dejar en cualquier caso un amplio margen a la creatividad del ilustrador.
A mí, siempre que al ilustrador le apetezca, me encanta acompañar y participar en el desarrollo del libro. Como en cualquier trabajo en equipo, pienso que hay que saber disfrutarlo, acordar entre todos cómo nos sentimos cómodos, mostrar mucho respeto y también cariño por la labor de los otros y tratar de aportar sin imponerte ni estorbar. Si se consigue es algo estupendo, que disfruto mucho, y de ahí que en ocasiones los libros surjan también como un proyecto personal, sin la mediación inicial de un editor.
En estos casos, el ilustrador y yo trabajamos juntos preparando un proyecto y lo presentamos a un premio o lo enviamos a alguna editorial con la que nos gustaría publicar. Generalmente enviamos una propuesta, es decir, el texto terminado, varias ilustraciones acabadas y el resto del álbum abocetado y explicado, para que puedan hacerse una idea. Esto permite mostrar claramente nuestra idea, pero dejar abierta la posibilidad de trabajar posteriormente con el editor o editora para terminar de rematar el libro.
Así lo hicimos, Isabel Hojas yo para nuestro primer álbum juntas, “La familia de la vajilla impar”, que ganó el Premio Internacional Álbum Ilustrado Edelvives en 2016 y con el que posteriormente realizamos un intenso trabajo editorial con el equipo de Edelvives. También ahora, con nuestro nuevo proyecto, Un secreto secretísimo, pero esta vez enviándolo directamente a la editorial Amanuta, de Santiago de Chile, con quienes Isabel ya había trabajado y que lo publicarán próximamente.
El editor aporta una mirada algo más descansada y también más afilada sobre la obra. Mientras que los autores, escritor e ilustrador, estamos ya totalmente inmersos en nuestra historia, él o ella se acerca al libro desde fuera, con los ojos de un lector que llega de nuevas, por así decirlo, y se adentra en el relato. Esto es importantísimo, porque a lo largo del proceso se han ido haciendo ajustes, cambios, versiones, y no es infrecuente que nosotros demos por sentadas cosas que ya no resultan tan evidentes. Nos parece clarísimo este o aquel detalle, clave para entender quizá no la trama principal pero sí otras subtramas o ciertos matices, pero puede ser que para el lector nada de eso sea visible. El editor mira de una manera menos saturada la historia, el libro en su conjunto, y su trabajo es decir las cosas claramente, como las ve, para ir un poco más allá y asegurar la comunicación entre la obra y los lectores.
No siempre conocemos a los editores con los que publicamos. “Mister Black”, el nuevo álbum en el que hemos estado trabajando el ilustrador Miguel Pang y yo, acaba de ser publicado por la editorial francesa Les fourmis rouges, con quien no habíamos trabajado ninguno de los dos con anterioridad. Esto no solo es una oportunidad de dar a conocer nuestro trabajo en Francia, sino de trabajar y aprender de una editora, Valeriè Cussaguet, que está llevando adelante un catálogo personal muy interesante en un país que ya de por sí ofrece un alto nivel en sus propuestas.
El editor, además de trabajar con el ilustrador y el escritor, suele contar con un diseñador con el que va dando respuesta a multitud de cuestiones fundamentales para el libro. ¿Qué formato tendrá? ¿Dónde ubicar el texto, qué tipografía utilizar, qué tamaño? ¿Qué lugar ocupará la ilustración? ¿Irá a sangre, enmarcada, a doble página…? ¿Y la portada? La portada es fundamental para el libro como objeto, para terminar de definir su personalidad, y también en su vida pública, en su relación con el lector. Por ello suele ser motivo de un intenso debate entre ilustrador, editor y diseñador.
¿Quién tiene la última palabra en las cuestiones que van surgiendo? No lo sé. Depende de la situación y de las circunstancias. Yo intento ser flexible con mis textos, pero también tener claro qué es lo esencial que debo proteger. Y en el diálogo creo que todos seguimos formando la mirada.
Llegado este punto al libro aún le queda un largo recorrido, y es necesario realizar una buena impresión y encuadernación, una distribución eficaz, las tareas de promoción para que los lectores potenciales lleguen hasta él, la venta en las librerías, la difusión en las bibliotecas… Muchos profesionales trabajando para que esa historia llegue a manos de los lectores y cobre vida por fin.