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Trampolín

Hay algunos trampolines a los que de vez en cuando subo sin atreverme a saltar. Me quedo allí, al borde, y vuelvo a bajar por la escalera de metal.

Sé que sobreviviría si lo intentase. Sé incluso que, si quisiese, nadie tendría por qué saber de mi intento.

Durante semanas o meses acaricio la idea de subir de nuevo y saltar. Lo veo claramente. Se me ocurren mil formas ingeniosas y brillantes de hacerlo. Termino pensando una vez más que es algo tan sencillo como intentarlo. Lo intento. Y nada es distinto esa vez.

Siempre pienso que habrá una nueva oportunidad y, después, que quizá es eso lo que pega a la tabla mis pies.

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